Caminaba despacio, cómo si le sobrase el tiempo, su mirada reflejaba sus pocas ganas de seguir luchando, de seguir viendo cómo su vida se iba derrumbando poquito a poco. Se para, y mira atrás, ya no podía ver el principio de las huellas que dejó en la arena, ni tampoco pudo ver en el fondo de su corazón un poquito de autoestima. Vuelve la vista al frente y suspira, levanta su cabeza y mira al horizonte, tan grande e inmenso y ella tan pequeña y perdida. De su boca salieron palabras, casi interceptables para el oído humano:
-Esta idiota jamás volverá a derramar una lágrima.
Pasó la mano por sus ojos, queriendo limpiar el rastro de rimel y siguió andando, pero esta vez mucho más rápido, tanto, que el viento dejó de ser un rival.